Tu mundo desde aquí

Hay algo que acompaña cada uno de tus pasos, sostiene cada una de tus decisiones y se adapta a tu camino sin pedir nada a cambio. A menudo lo das por sentado, pero siempre ha estado ahí, haciendo que las cosas sucedan, en la base de tus alturas. Esta es la perspectiva del suelo, que se transforma según los deseos y necesidades de cada uno de nosotros, sin hacernos perder el equilibrio. Con la mirada puesta en el futuro y los pies bien firmes en la tierra.

No me quejo

Nací para ser pisado. Sucede continuamente, de día y de noche, en todas partes.
Pero soy fuerte, vaya si lo soy. No siento dolor y no discuto. Ser lo que soy y hacer lo que hago me llena de orgullo, aunque a veces me subestimen: fui creado para ser sendero, camino, espacio donde habitar, donde detenerse y esperar.
Quien me presta atención lo hace porque, quizás perdido en sus pensamientos, no sabe bien dónde posar la mirada. Me observa, esperando encontrar, entre mis vetas, una respuesta a sus preguntas, una chispa.
A mí me parece bien. ¿Qué hay de qué quejarse cuando se sostienen pasos, sueños y el tiempo?
Soy el suelo que responde, que habla contigo. Y ya lo estamos haciendo.

Con un alma propia

No hay lugar donde no esté presente. En el espacio, bueno, entre las estrellas, ahí no estoy. Ni en tus sueños, cuando sientes que flotas o cuando te invade esa sensación de vértigo, entre un paso y el vacío.
Pero en todo lo demás, siempre estoy ahí: soy donde suceden las cosas, el punto de encuentro entre tú y el mundo. No lo digo por presumir, pero soy esencial, en lo concreto.
Mis cimientos son también un poco los tuyos, y viceversa.

De mí se valora la estabilidad y la seguridad. Después de todo, ¿no estoy bien asentado? Se espera que sea sencillo, sólido, fácil de mantener y lo suficientemente acogedor.
Te sorprenderá saber que, con el tiempo, he aprendido a cambiar. Sí, yo también cambio, junto con las necesidades de quienes me viven y me diseñan.
Durante años fui rígido e inmutable. Asentado, claro—es mi naturaleza—pero de una vez y para siempre. Mis nombres también llevaban un cierto peso para mí: cemento, mármol, adoquín. ¿Conoces esa sensación pesada? Mi destino era siempre el mismo, año tras año: sostener. Mejor si en silencio, porque si crujía, mala señal, preocupaba.
Pero descubrí que podía ser más, más que inmóvil, y tener un alma propia.
Mi nombre se hizo más ligero: de corcho, de naturaleza, sostenible. Hoy me llaman suelo técnico elevado y ya no soy solo una superficie, sino un sistema, una arquitectura dentro de la arquitectura—de varios niveles, de espacio invisible, de posibilidades.
Debajo de mí está todo lo necesario para que la realidad funcione sin revelar sus mecanismos: aire, raíces, conexiones, energía.
Soy el suelo que acoge, que oculta, que te calienta.

Te libero, te protejo, te regalo una flor

Me desmonto, me vuelvo a montar, me muevo, me flexiono. Hoy habito un lugar y mañana otro, sin dejar rastro de mí, sin desperdicio. Soy fuerte, pero no definitivo. Aun así, garantizo estabilidad y seguridad.
Y mientras caminas sobre mí, yo creo el espacio necesario para que puedas avanzar y evolucionar sin obstáculos ni peligros. Te libero de los tropiezos, oculto lo que no es necesario ver. Discreto, acogedor, íntimo. Protejo tu camino.
Y, de vez en cuando, de mí brota un retoño, crece una planta, te ofrezco flores.
Soy el suelo que sabe cuál es su lugar—para mejorar (y embellecer) el tuyo.

Una promesa es una promesa

No pido atención. O quizá sí. Al fin y al cabo, si me estás leyendo, un poco lo he conseguido.
He aprovechado la oportunidad para levantar un poco la cabeza y hacerte saber que estoy aquí, que siempre estaré. Renovado, mejorado, con la mirada puesta en el futuro y tus pies firmes sobre mí.
Para que los espacios que habites sean libres, accesibles, cambiantes y bien equilibrados.
Estoy aquí, también mañana. Bajo tus pasos, siempre.

Textos de Chiara Foffano – Ilustraciones de Ariele Pirona